Yggdrasil

Vista desde fuera, la casa de Gira era ciertamente maravillosa. Construida en un claro del bosque, junto a un pequeño lago que se formaba al pie de una cascada, constaba de un enorme árbol cuyas ramas se trenzaban dando lugar a habitaciones independientes. Estas estaban conectadas entre sí por puentes o escaleras hechas sobre otras ramas, y con el suelo por escaleras de mano o redes de cuerda. También había un juego de poleas con su propia soga, a un extremo de la cual había un gran cesto que Gira utilizaba para subir objetos a la casa. Al pie del árbol, entre las gruesas raíces que sobresalían del suelo, resistía la cabaña de piedra original junto a la que se había sembrado hacía apenas tres años el gran titán. Tres años parece poco tiempo para el crecimiento de un árbol de más de diez metros de alto y cuatro de diámetro, y lo es. Por supuesto, las hadas tuvieron mucho que ver con todo esto. Ellas plantaron e hicieron crecer el árbol como pago a Gira, que poco tiempo atrás había rescatado a la hija del Rey de las Hadas de las manos de los contrabandistas. También habían otorgado al árbol el mana, una especie de ligera consciencia que le permitía reconocer a Gira como legítima dueña, o mejor dicho, como única compañera. Gracias al mana el árbol podía, por ejemplo, mover sus ramas para que su hojas dejaran pasar una cantidad de luz agradable para Gira, o espantar con ellas a animales peligrosos. Incluso podría plegarlas alrededor de su tronco para evitar que visitantes indeseados accedieran a ella. Esto último, sin embargo, no estaba probado, ya que Gira jamás llevaba invitados a su casa-árbol y ni los locos se adentrarían tanto en el bosque si no es por una cuestión de vida o muerte. También estuvo en manos de las hadas el bautizar a su gran creación vegetal, a la que dieron el nombre de Yggdrasill. Yggdrassil siempre había cuidado de Gira, y ella se lo agradecía mimándole todo cuanto podía. Lo podaba cuando sus ramas crecían demasiado, tenía cuidado de no estropear ninguna de sus flores y recogía sus frutos en el momento justo de maduración. También le protegía de las plagas y le había curado un par de veces cuando Yggdrasill había contraído la enfermedad conocida como baba de caracol.

En resumen, la casa de Gira era, como poco, peculiar. Y por dentro no se quedaba corta. Los suelos estaban cubiertos de tierra prensada que alisaba las rugosidades causadas por las ramas de Yggdrasill y cada habitación había sido recubierta con resina para aislarla del frío y la humedad. Gira había cortado algunas ramas para hacer huecos en los que luego había colocado puertas y ventanas. Los suelos estaban cubiertos de alfombras y en las paredes apenas había huecos que no tuviesen un tapiz pintado o bordado, una máscara, un artilugio antiguo u otros objetos decorativos de cualquier rincón del mundo.

La casa-árbol tenía varias habitaciones. Gira usaba la más baja como cocina, salón y comedor al mismo tiempo. Tenía una pequeña cocina de combustión aislada, ideada hacía años por su maestro, ya que las hadas prohibieron terminantemente el fuego en Yggdrasill. También tenía una mesa con un par de taburetes de madera, y una escaño que servía al tiempo de camastro. En un par de estantes se apiñaban botes con especias, plantas de usos culinarios y medicinales y cuencos con frutas. La habitación tenía una sola ventana grande y dos puertas. Una de ellas daba a un pequeño balcón hecho de tablones del que caía una escalera de mano y donde descansaba el cesto de las poleas. La otra daba a la habitación de Gira, donde había conseguido meter un colchón, y una pequeña mesita en la que había una lámpara de aceite bajo un cúpula de cristal con pequeños agujeros en su cénit. En el lado opuesto del cuarto había unos baúles atestados de ropa y diferentes baldas, barras y ganchos donde convivían calzado, abrigos, bolsas de viaje, alguna capa, sombreros, y demás vestimentas.

Uno de los secretos mejor guardados de Gira- de entre los muchos que tenía- se encontraba detrás de uno de los pesados baúles de ropa. Allí se abría una trampilla que daba paso directamente al interior del tronco de Yggdrasill, el cual era hueco ya que estaba formado realmente por multitud de troncos más finos que se fusionaban. Por su interior Gira podía bajar ayudándose de los diferentes salientes y luego colarse entre las raíces por un túnel que conducía a una galería que había sido cavada en la tierra. Aquella era la armería particular de Gira. Era, como buena guerrera de Las Aldeas, una apasionada de las armas y ya fuese en estantes, baúles, mesas o colgado de la pared -y ya fuese para cazar, trabajar o para la lucha- tenía de todo: Espadas, hachas, lanzas dagas, puñales, arcos, ballestas, mazas, cerbatanas, hondas, cuchillos para lanzar, látigos, además de armaduras, escudos y otras protecciones y material para trampas, como cepos y redes. Evidentemente, la mayoría de ellas no las había usado nunca, era más como una colección que reflejaban su amor por conocer cada rincón del mundo, al igual que sus variados objetos decorativos y su diverso vestuario.

En una esquina de la sala, había una escalera que llevaba a una trampilla en el techo. Al otro lado de esta, estaba el interior de la cabaña de piedra que se alzaba al pie de Yggdrasill. Era un cuartucho de paredes gruesas, sin ventanas y una sola puerta, donde Gira había alojado su despensa. Del techo, sobre los arcones donde guardaba carne y pescado en salazón, colgaban jamones, piezas de carne embutida y algunas hortalizas y plantas para infusiones secas. Sobre una de las paredes se alzaban unas estanterías hasta el techo, llenas de tarros de conservas. A un lado de la sala se acumulaban tablones, láminas de metal y demás materiales que Gira utilizaba para arreglar desperfectos en la casa o construir nuevos muebles.

Volviendo a la copa del árbol, un poco por encima del salón-cocina-comedor y ligeramente a la derecha, se encontraba la biblioteca de Gira. Originalmente había sido una sola habitación de ramas, pero la joven había tenido que pedir ayuda a las hadas para ampliarla debido a todo el material que había reunido. Ahora constaba de un conjunto de galerías conectadas por pasarelas llenas hasta los topes de libros en todos los idiomas y de todas las materias. También tenía una amplia colección de mapas y documentos de toda clase estrictamente organizados. Una de las salas estaba reservada como estudio. Tenía un gran escritorio -que como casi todos los muebles había sido introducido en el cuarto durante su construcción- que se bañaba cada día por la luz que entraba por una gran ventana. También contaba con una estantería donde archivar sus escritos y un armarito donde guardaba papel, tinta y plumas de sobra.

La última habitación  era la más alta y de difícil acceso. También era la más especial para Gira. En ella tenía su taller. Antes de vivir en Yggdrasill había sido pupila del Magister de la Escuela de la Luna, que era un prestigoso fabricante e inventor de objetos mágicos. Este le había contagiado a Gira su pasión y, por ello, cuando el maestro desapareció, ella decidió quedarse con todas sus petenencias del oficio. Y en esa última sala, a salvo de manos indecentes, es donde guardaba la joven los tesoros de su maestro, cuidadosamente organizados y conservados. También tenía un banco de trabajo, una caja de herramientas y los materiales suficientes como para fabricar algunos ella misma. Incluso había intentado alguna vez inventar alguno nuevo, aunque sin éxito por el momento. Sin embargo, esto no era todo lo que había en la casa-árbol: saliendo por la ventana del taller y trepando con cuidado Gira podía subir hasta el tejado de ramas de la habitación, donde había construído una pequeña tarima de madera y había colocado el maravilloso telescopio de su maestro que, por supuesto, había construido él mismo. Gira subía muchas noches allí arriba, e Yggdrasill apartaba sus últimas ramas para dejarla examinar el firmamento.

Escrutar el cielo nocturno no era el único pasatiempo que tenía. Lo que más le gustaba hacer a Gira era viajar. A menudo tenía motivos para ello, como un negocio que debía cerrar, pasar unos días en las montañas con su familia o un amigo que necesitase ayuda. Sin embargo, otras muchas veces había viajado a sitios en los que nunca había estado sólo por el gusto de explorarlos y conocer a sus gentes. Además, nunca le faltaba el dinero para ello, porque fuese donde fuese siempre había un mago dispuesto a pagar un buen precio por alguno de los artilugios que fabricaba. Vender artilugios no era la única fuente de ingresos de Gira, pero no hablemos de eso ahora.

Sería fácil suponer que viajando tanto, una vez en casa Gira se aburría inmesamente, pero no era así. Siempre encontraba algo que hacer, como cazar, por ejemplo. Y justamente en ello estaba la mañana que, una vez más, su vida cambió de rumbo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por aportar tu granito de arena, es muy importante para mí.